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La Semana Santa desde dentro (parte I)

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“No está en mi naturaleza ocultar nada. No puedo cerrar mis labios cuando he abierto mi corazón” Charles Dickens. Esta es mi primera Semana Santa viviéndola como sacerdote en Málaga capital. Y ha sido una semana con sentimientos y emociones “extraños”, a veces contradictorios, pero siempre lo he intentado vivir desde la fe. He vivido triduos, cultos, traslados y procesión. Creo firmemente en el Dios que ha resucitado a Cristo, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; un Dios vivo y vivificante. Creo firmemente en el Cristo Resucitado que está vivo, que “nos enseña el sendero de la vida, que nos sacia de gozo en su presencia, de alegría perpetua” (salmo 15); Cristo vivo que llena nuestras vidas de esperanza. Y también creo en el Espíritu que da vida. Espíritu que el día de Pentecostés “emborracha” de amor, de esperanza y valentía a la Iglesia naciente; Espíritu que sostiene y anima a mi Iglesia.

La Cruz nos descubre el sentido del dolor y del sufrimiento

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Cristo muere por amor. En su muerte no hay belleza: su cadáver es el de un hombre demacrado, hinchado, con ojos sesgados... un cuerpo sometido al más dramático dominio de la muerte. No es la cruz de cartón piedra que vemos en nuestros templos; no es una talla hermosa de uno de nuestros escultores. Es la aterradora visión de una boca que grita sed y angustia, de unos ojos hundidos y desesperados, de un espantoso dolor. La cruz es expresión de toda violencia, de toda ceguera, de toda injusticia, de toda maldad. Pero, al mismo tiempo, es la expresión de un hombre que muere por amor a la humanidad, es la expresión del amor gratuito hacia los hombres. El sufrimiento de Cristo en la cruz nos puede mostrar hasta donde llega el amor de Dios, hasta el extremo , nos dijo ayer el evangelio de San Juan. Hasta sufrir la muerte, y una muerte de cruz. En la cruz vemos el sufrimiento de un Dios que ama hasta la locura de la cruz. El profeta Isaías, en la primera lectura nos puede ayudar a entender