¿Puede aportar algo la religión a los Estados modernos?

A lo largo de este verano hemos podido ver cómo las calles de nuestros pueblos se llenaron de personas que, con fe y devoción, participaban en una manifestación pública de fe. En la primera luna llena de la primavera, muchos malagueños se unirán a la proclamación de la muerte y resurrección del Hijo de Dios en nuestras calles.

Por otro lado, vemos cómo en distintos manifiestos e intenciones de partidos políticos crece las ansias de apartar la fe y su manifestación al ámbito de lo privado. En su lucha por un Estado laico y aconfesional, ven las manifestaciones pública de la fe como un atentado contra la laicidad del Estado.

Ciertamente, creo que es más justo que un estado sea aconfesional, porque en él tiene cabida todas las religiones y las “no religiones”. Pero un Estado laico o aconfesional no puede impedir que personas de ese Estado sean creyente y manifiesten su fe públicamente. El laicismo, como bien afirma Ruiz Soroa, se aplica al Estado y no al ciudadano: un Estado que debe respetar la autonomía de lo político ante lo religioso pero que es capaz de permitir y apoyar manifestaciones públicas de las diversas religiones, así como lo hace, por ejemplo, con manifestaciones artísticas.
Impedir esas manifestaciones pública de fe sería lesionar los Derechos Humanos, sería discriminar a las personas por su creencia. Hay que distinguir entre el Estado y el ciudadano. Que el Estado sea laico, no quiere decir que el ciudadano tenga que serlo.
Pero mi reflexión quiere ir más allá. Y, en un Estado laico, ¿tiene algo que aportar la fe? Conozcamos un poco de historia, y el nacimiento de los estados modernos, donde se grita: ¡Estado laico! La gestación de los estados modernos secularizados la podemos encontrar en escritos de Pierre Bayle que sitúa la fe fuera del campo de la razón; también el libro “Del Espíritu de las leyes” del barón de Montesquieù; y como no, en los escritos de Voltaire (Contrato Social, Diccionario filosófico…) y Rousseau (Contrato Social). Todos ellos, filósofos franceses, propugnaban el nuevo régimen que consistía en una progresiva liberación espiritual respecto a la superstición religiosa que encarnaba el “ancien règime”. Con el nacimiento de los estados modernos, a partir de 1789, con la Revolución Francesa, todos los valores se “secularizan”. La Ilustración Francesa va dejando huella en distintos filósofos modernos y contemporáneos, hasta llegar a nuestros días.
Parece que allí se inventa todo, nacen los nuevos valores seculares: “Liberté, Egalité, Fraternité”. La religión nada tiene que aportar a la sociedad moderna, porque es el “antiguo régimen” que queda abolido. Sólo quisiera citar algunos textos del Nuevo Testamento:
“Para la libertad nos ha liberado Cristo”: Carta de San Pablo a los Gálatas, cap. 5, vers. 1
“Porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos”: Mateo cap. 23, versículo 8
“Si alguno dice: «amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso”: primera carta de San Juan capítulo 4, versículo 20

Para no cansaros, lo dejo ahí. Está claro, que esos texto se escribieron mucho antes que nacieran Voltaire, Bayle, Condillac, Diderot, Maupertuis, Rousseau, etc. Con ello quiero decir: los valores de igualdad, fraternidad, libertad, etc. son valores religiosos secularizados. Como nos dice Reyes Mate: “la Revolución Francesa no inventó los conceptos de igualdad y fraternidad. Eran valores que venían de tradiciones monoteístas y que ella eleva a principios políticos”. Se trata de una idea muchas veces repetida: los valores morales ilustrados, sobre los que se fundamentan los Estados modernos, son formas secularizadas de valores religiosos que han perdido su referencia trascendente, y por ello, como nos dice el filósofo alemán J. Habermas, la recuperación de las tradiciones religiosas de las que proceden constituye una reserva de sentido que enriquece las virtudes ciudadanas.

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