Ágape, el "buen combate de la fe".


Ágape, es una palabra griega que significa "amor profundo y fraternal".

Los griegos tienen tres palabras para expresar el amor: eros (amor que atrae, sensual y sexual), filio (amor de amistad de cercanía), ágape (amor profundo y fraternal). En el Nuevo Testamento, esta es la palabra que utiliza los evangelistas para hablar del "Amor de Dios".

Quien conoce a Dios descubre que en este mundo nada tiene importancia, excepto el amor. Hay muchas personas que han sido transformadas por este Amor que devora. Dios es amor que va más allá del simple querer. Es un amor que todo lo invade y llena todos los vacíos. Es un amor que llena de sentido nuestras vidas, y la colma de esperanza. Porque la esperanza, es una forma de amor, es una manera de comunicación de Dios. Es el amor dirigido a algún sueño, hacia algo que nos entusiasma.
Cuando amamos y creemos desde el fondo de nuestras almas en ese amor que nos llena de esperanza, nos sentimos más fuertes que el mundo, y sentimos una serenidad que nace de la seguridad de que nada podrá vencer nuestra fe. Esta extraña fuerza nos ayuda a que siempre tomemos las decisiones correctas en el momento exacto, aunque implique para ello un gran esfuerzo por nuestra parte, un gran combate en la vida.
Normalmente dejamos que el entusiasmo y los sueños se escape de nuestras manos en esas pequeñas cosas de la vida. Nos dejamos envenenar lentamente por la rutina del día a día. Perdemos la ilusión por los pequeños gestos cotidianos, del día a día: un abrazo, un beso, una mirada cariñosa, unos “buenos días” de alguien a quien apenas conoce, pero que es capaz de regalarte la mejor de su sonrisa. Dejamos escapar las ilusiones y los sueños del día a día esperando algo grande que llene nuestra existencia, sin advertir que también estamos dejando escapar el sentido de nuestras vidas con ello. “Son los pequeños gestos cotidianos lo que nos acercan a Dios, siempre que sepa dar a cada uno de ellos el valor que merece. La rutina no tiene nada que ver con la repetición, para alcanzar la excelencia en cualquier cosa en la vida, hay que repetir y practicar" (Paulo Coelho).
El hombre nunca puede dejar de soñar. El sueño es el alimento del alma, como la comida lo es del cuerpo. Es necesario mantener vivo el corazón, para vivir la vida vigilante, alerta, expectante, descubriendo en los pequeños gestos de la vida ese Amor que nos devora y que llena nuestros vacíos y le da sentido a nuestro vivir.
Es necesario mantener el “Buen Combate de la fe” (1 Tim 6, 12); luchando contra todo aquello que nos separa de nuestros sueños. El Buen combate es emprendido porque nuestro corazón lo pide; es un combate que tiene lugar en el interior de nosotros mimos. El Buen Combate es entablado en nombre de nuestros sueños. El Buen Combate de la fe es la lucha que el cristiano mantiene en la carrera de la vida. El Buen Combate de la fe es la fe que se vive en confrontación con el Evangelio. Es la renuncia de sí mismo por amor a la salvación, la nuestra, pero también la de los hermanos; nos dirá Jesús: “el que pierda su vida por mí y por el evangelio la ganará”. El Buen Combate de la fe es la lucha contra nuestras comodidades, nuestros egoísmos, nuestras “pasiones inútiles” (como llamaba Jean Paul Sartre a la vida sin sentido, sin final, sin esperanza). El Buen Combate de la fe es una lucha fundada en la esperanza, en el Dios vivo. Es el esfuerzo de la vida evangélica en la piedad.  
El primer síntoma de que estamos matando nuestros sueños es la falta de tiempo. Nunca tenemos tiempo para nada. Estamos siempre corriendo de un lado para otro; nos olvidamos de aquellas palabras de Unamuno: “No corras tanto en la vida que a dónde tienes que llegar es a ti mismo”. ¿Cuánto tiempo dedicamos a escuchar nuestro corazón? Caminamos de aquí para allá, sin saber a dónde vamos, porque hemos perdido nuestros sueños, nuestras ilusiones, nuestro entusiasmo, y todo, porque tenemos miedo de entablar el Buen Combate.
El segundo síntoma  de que estamos matando nuestros sueños son nuestras certezas. No queremos considerar la vida como  una aventura para ser vivida. Pasamos a juzgarnos sabios, justos, correctos en lo poco que pedimos a la existencia. Nos volvemos conformista, cómodos; no queremos salirnos de nuestros esquemas de vida. La vida se convierte en rutina mal vivida.
El tercer síntoma de que estamos matando nuestros sueños es la falsa paz o tranquilidad. Nuestra vida pasa a ser una tranquila tarde de domingo, sin pedirnos cosas importantes. Sin exigirnos más de lo que queremos dar. Creemos que estamos maduros, y abandonamos nuestros sueños. Dejamos de soñar, dejamos de ilusionarnos por la vida, ya no somos capaces de descubrir en los pequeños gestos de la vida al Dios que se nos revela y se nos muestra. La vida, nuestras vidas dejan de ser Historia de Salvación, lugar teológico de la presencia ineludible de Dios.

Comentarios

  1. Que don de palabra. Tus escritos nos deja mucho que pensar y por lo menos hacemos una parada en esta vida de estres y proponernos hacer cambios, disfrutar de lo que realmente tiene importancia. Gracias por transmitir tanto.

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