Homilía Corpus Christi 2012



“Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre”. Estas palabras que pronunció Jesús en la Última Cena, nos desvela el Misterio de la Eucaristía. La última Cena, enmarcada en la celebración de la Pascua Judía, Jesús anticipa el misterio de su verdadero sacrificio, el que ocurrirá al día siguiente en la cruz.
Con las palabras de Jesús: “Esta es mi sangre, derramada por todos, para el perdón de los pecados”. Jesús hace referencia a lenguaje de los sacrificios en el Antiguo Testamento, en el pueblo de Israel. El sacrificio es una ofrenda material, que consistía en ofrecer un animal, o derramar su sangre sobre un altar. Con esta ofrenda obtenían de Dios su protección y el perdón de los pecados. La protección que era significada, expresada por la palabra Alianza, con hemos escuchado en la primera lectura, del libro del Éxodo: «Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros».  La unión del hombre con Dios, la alianza, se renovaba con un animal y con su sangre derramada sobre el altar.  Con el sacrificio también se obtenía el perdón de los pecados.
Jesús, en la última cena, en la Eucaristía, que es que lo que estamos celebrando, revoluciona el concepto de sacrificio, de alianza. “Esta sangre es la nueva alianza de Dios con los hombres”. Hay una nueva alianza, que nace, no de la sangre de un animal, sino de su propia sangre que es derramada en la cruz.
En la segunda lectura, en la carta de los Hebreos, nos ayuda a reflexionar sobre este tema: «Jesús no usa sangre de machos cabríos y becerros, sino la suya propia... Es la sangre de Cristo, en virtud del Espíritu, que se ha ofrecido como sacrificio, la que podrá purificar nuestras conciencias de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo».
La nueva alianza se funda en la entrega de Jesús en la cruz. Entrega que se anticipa en la Última Cena, entrega que se vuelve a hacer efectiva, real en cada Eucaristía; donde, Jesús, vuelve a derramar su sangre sobre el altar. La Nueva Alianza de Jesús no es algo externo, con la sangre de un animal,  es el propio Hijo de Dios el que se hace sacrificio. El amor de Dios llega hasta límites inimaginables, el sacrificio de su propio hijo, Un sacrificio que se hace real en cada Eucaristía, entrega del cuerpo y de la sangre de Cristo para unirnos con Dios de forma definitiva, real, para darnos una nueva vida lejos del pecado y así «purificar nuestras conciencias».
El sacrificio, deja de ser algo externo para convertirse en algo interno, personal. El Señor nos lleva, en cada Eucaristía, a una renovación personal, interior de nuestra alianza con Él, una alianza que se inscribe en el interior de los cristianos y se hace efectivo con el Don del Espíritu Santo.
La cruz se convierte en sacrificio del Hijo de Dios que nos devuelve la vida interior, sangre derramada para el perdón de nuestros pecados, para unir, de forma definitiva el cielo y la tierra. La cruz es Misterio de Amor y de Salvación que nos santificas.  La Eucaristía es memorial, actualización de la muerte y de la resurrección de Jesús. “Éste es el sacramento de nuestra fe: anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven señor Jesús”. Somos indignos de participar en este banquete de amor, porque muchas veces rompemos la Alianza, la unión con Dios a causa de nuestros pecados. Pero necesitamos alimentarnos del amor que el Señor nos ofrece en el sacramento eucarístico, el sacrificio que es perdón, y purificación de nuestros pecados.
Al mismo tiempo, la Eucaristía nos enseña cuál es el nuevo sacrifico que nos pone en comunión con Dios. No es un sacrifico material, externo; no es una vela, no es la promesa de subir al calvario o de salir descalzos detrás de tal o cual procesión. El verdadero sacrificio que nos pone en comunión con Dios es un sacrificio interior, es nuestra vida entregada, nuestra entrega existencial por amor a los demás. Nos dirá San León Magno: “que nuestra participación en el cuerpo y en la sangre de Cristo sólo  tiende a convertirnos en aquello que recibimos”, es decir, la participación de la Eucaristía nos tiene que llevar a ser Eucaristía para los demás. La carta a Diogneto, nos dirá´: “alimentados con Cristo, nosotros, sus discípulos, recibimos la misión de ser el alma de nuestro pueblo, fermento de renovación, pan partido para todos, especialmente para quienes se hallan en situaciones de dificultad, de pobreza, de sufrimiento físico y espiritual”. Somos testigos del amor y de la entrega de Cristo; nuestra misión como cristianos es SER EUCARISTÍA para los demás. El verdadero sacrificio es existencial, es el de una vida enraizada en la ética del ágape, que es don de sí mismo, hecha espiritual por el don del Espíritu Santo.
Queridos hermanos y hermanas, como cada año, al final de la santa misa se realizará la tradicional procesión eucarística y, con las oraciones y los cantos, elevaremos nuestras oraciones al Señor presente en la Hostia consagrada. Le diremos en nombre de todo el pueblo: "Quédate con nosotros, Jesús; entrégate a nosotros y danos el pan que nos alimenta para la vida eterna. Mira a la humanidad que sufre, que vaga insegura entre tantos interrogantes. Mira el hambre física y psíquica que la atormenta. Da a los hombres el pan para el cuerpo y para el alma. Dales trabajo. Dales luz. Dales a ti mismo. Purifícanos y santifícanos a todos. Libra a este mundo del veneno del mal, de la violencia y del odio que contamina las conciencias; purifícalo con el poder de tu amor misericordioso. Y a nosotros, tu Iglesia, guíanos. Sigue mostrando a la Iglesia y a sus pastores el camino recto. Haznos comprender que nuestra vida sólo puede madurar y alcanzar su auténtica realización mediante la participación en tu pasión, mediante el "sí" a la cruz, a la renuncia. Une a tu Iglesia; une a la humanidad herida. Danos tu salvación". Y tú, María, que fuiste mujer "eucarística" durante toda tu vida, ayúdanos a caminar unidos. Amén. 

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